Después de haber asistido a la proyección de las tres películas
que componían el ciclo, “Humano, demasiado humano”, quisiera dejar un
comentario sobre esta actividad del Instituto.
Para empezar, de las tres, sólo había visto una, “De dioses y de
hombres”; esta circunstancia me hizo el ciclo más interesante, puesto que
prefería conocer algo nuevo, aunque tengo que reconocer que yo soy de esas que
ven las películas que le gustan una y otra vez.
“El niño de la bicicleta” y “El incomprendido” tratan de la
relación padre-hijo; son de argumento muy distinto, pero el fondo de las
historias trata, por un lado, de dos padres que no se hacen cargo de las
necesidades de sus hijos y, por otro, de dos hijos que buscan que sus padres
les “miren” y les quieran.
En ninguna de las dos películas está la madre, de la de Cyril (“El
niño de…”) no sabemos nada; la de Andrea (“El incomprendido”) muere al
principio de la historia que nos cuentan.
Ambos protagonistas tienen cosas en común: la edad, unos once o
doce años; las bicicletas; la búsqueda del padre, cada uno según la experiencia
que le toca vivir…
Los finales de ambas películas tienen que ver con árboles: Cyril
se cae de uno al que se sube para escapar de alguien que va a hacerle daño;
Andrea, juega en una rama peligrosa que finalmente se rompe y le hiere de muerte.
El final de la historia de Cyril es más luminoso y esperanzador:
se sube a su bicicleta y se va pedaleando con muchísima dignidad, es hermoso
que la única música que suena en la película sea un fragmento del concierto
Emperador de Beethoven, le da empaque y madurez al protagonista, un niño que
tiene que aprender a tomar las cosas como vienen y a relacionarse con la
persona que le acoge y le da el cariño que necesita.
En cambio Andrea no es capaz de alcanzar eso que busca, que su
padre le escuche, que le mire como el niño que es, que le dé consuelo por la
muerte de su madre; tiene que cuidar de su hermano pequeño, le hacen
responsable de él.
También la música tiene su papel: cuando vemos a Andrea y su
hermano Milo jugar y hacer las travesuras que son normales a su edad, suena una
composición alegre, llena da ritmo; los sentimientos de Andrea los refleja un
piano bastante melancólico. Y es Mozart quien nos trae el recuerdo de la madre.
Creo que ambas películas nos muestran la vida tal y como es, sin
florituras, sin excusas, las cosas pasan y lo que nos toca es aprender a
encajarlas y seguir adelante. Y a veces lo conseguimos y otras no tanto.
Me gustaron ambas películas, aunque la que vimos en diciembre, “De
dioses…” también es buena (y suscitó un debate muy interesante entre los
asistentes al ciclo), me voy a quedar con este paralelismo entre las dos
protagonizadas por niños: me hicieron pensar mucho y llegué a la conclusión de
que voy a procurar “mirar” a mis hijos de otra manera, no sea que se me esté
escapando algo.
Marta
Jaureguizar. Miembro en Formación de la A. Laureano Cuesta