miércoles, 23 de enero de 2013

Vida, demasiada vida



Después de haber asistido a la proyección de las tres películas que componían el ciclo, “Humano, demasiado humano”, quisiera dejar un comentario sobre esta actividad del Instituto.
Para empezar, de las tres, sólo había visto una, “De dioses y de hombres”; esta circunstancia me hizo el ciclo más interesante, puesto que prefería conocer algo nuevo, aunque tengo que reconocer que yo soy de esas que ven las películas que le gustan una y otra vez.
“El niño de la bicicleta” y “El incomprendido” tratan de la relación padre-hijo; son de argumento muy distinto, pero el fondo de las historias trata, por un lado, de dos padres que no se hacen cargo de las necesidades de sus hijos y, por otro, de dos hijos que buscan que sus padres les “miren” y les quieran.
En ninguna de las dos películas está la madre, de la de Cyril (“El niño de…”) no sabemos nada; la de Andrea (“El incomprendido”) muere al principio de la historia que nos cuentan.
Ambos protagonistas tienen cosas en común: la edad, unos once o doce años; las bicicletas; la búsqueda del padre, cada uno según la experiencia que le toca vivir…
Los finales de ambas películas tienen que ver con árboles: Cyril se cae de uno al que se sube para escapar de alguien que va a hacerle daño; Andrea, juega en una rama peligrosa que finalmente se rompe y  le hiere de muerte.
El final de la historia de Cyril es más luminoso y esperanzador: se sube a su bicicleta y se va pedaleando con muchísima dignidad, es hermoso que la única música que suena en la película sea un fragmento del concierto Emperador de Beethoven, le da empaque y madurez al protagonista, un niño que tiene que aprender a tomar las cosas como vienen y a relacionarse con la persona que le acoge y le da el cariño que necesita.
En cambio Andrea no es capaz de alcanzar eso que busca, que su padre le escuche, que le mire como el niño que es, que le dé consuelo por la muerte de su madre; tiene que cuidar de su hermano pequeño, le hacen responsable de él.
También la música tiene su papel: cuando vemos a Andrea y su hermano Milo jugar y hacer las travesuras que son normales a su edad, suena una composición alegre, llena da ritmo; los sentimientos de Andrea los refleja un piano bastante melancólico. Y es Mozart quien nos trae el recuerdo de la madre.
Creo que ambas películas nos muestran la vida tal y como es, sin florituras, sin excusas, las cosas pasan y lo que nos toca es aprender a encajarlas y seguir adelante. Y a veces lo conseguimos y otras no tanto.
Me gustaron ambas películas, aunque la que vimos en diciembre, “De dioses…” también es buena (y suscitó un debate muy interesante entre los asistentes al ciclo), me voy a quedar con este paralelismo entre las dos protagonizadas por niños: me hicieron pensar mucho y llegué a la conclusión de que voy a procurar “mirar” a mis hijos de otra manera, no sea que se me esté escapando algo.


Marta Jaureguizar. Miembro en Formación de la A. Laureano Cuesta